El caso de Suecia:
En una primera aproximación al caso
sueco es interesante comprobar cómo incluso en uno de los países pioneros en el
trato con refugiados políticos la comunidad palestina aparece meramente como
“stateless” o apátridas, situación que comparten con otros representantes de
comunidades árabes como los Kurdos. Esto dificultará su identificación y
clasificación ya que además no tienen una representación étnica o lingüística
especifica y en su mayor parte no entraron en el país más que con documentos de
viaje expedidos por otros países receptores como Siria o Líbano. A pesar de
estas complicaciones se estima que residen en Suecia hasta un máximo de diez
mil palestinos, repartidos principalmente entre Uppsala, Malmoe, Estocolmo y
Gotemburgo, venidos mayoritariamente entre mediados de los años 70 y finales de
los 80 tras el estallido de la guerra civil en Líbano, aunque también desde
Cisjordania y como consecuencia de la agresión de Iraq a Kuwait, aparte de un
grupo procedente de Gaza en torno al año 1999, en esta ocasión y por primera
vez con documentos acreditativos de su origen palestino.
En cuanto al
aspecto social, económico y cultural de las familias palestinas asentadas en
Suecia hay que destacar el gigante choque cultural que existe entre las
avanzadísimas sociedades nórdicas y las todavía retrogradas y patriarcales
mentalidades que el mundo árabe suele exportar, chocando en muchos casos no
solo con el carácter sueco sino con la propia legalidad vigente en el país, lo
que provoca fisuras entre palestinos y suecos, así como entre los propios
palestinos de generaciones distintas, los que se han educado en esas libertades,
o que al menos las conocen, y los que no. La búsqueda de empleo no es tarea fácil
para la comunidad palestina. Los países escandinavos, en tanto que países
poblacionalmente pequeños e inmersos en un mundo global que les exige el
conocimiento de otros idiomas y su uso en muchos contextos, son extremadamente
celosos de su idioma y de su identidad en los asuntos privados y domésticos. Es
virtualmente imposible encontrar un
empleo en el que se tenga que articular más de una frase delante de una persona
sueca si no se sabe su idioma, por lo que a los inmigrantes, no solo a los
palestinos, se les cierran de golpe multitud de puertas en el mundo laboral si
no consiguen hablar fluidamente el idioma local, aprendizaje que no está exento
de dificultad por la propia naturaleza de las familias lingüísticas escandinavas,
difíciles “per se” y mas difíciles aún si el alumno viene de un idioma tan
distante como el árabe. Esta situación se relaja en los trabajos de alta
cualificación donde puede ser “suficiente” el conocimiento del inglés, así como
en el caso de las segundas generaciones que crecen familiarizados con el
idioma. Aún así, y distinguiéndose de la generalidad de la diáspora palestina
que valora la educación como un bien deseable, y probablemente debido al bajo
nivel educativo que traen los refugiados palestinos en Suecia desde su origen,
en algunos casos directamente desde los campos de refugiados, la educación no
ha sido una prioridad para esta comunidad que alza sus cuotas de desempleo
hasta el 80%, y solo la mitad del 20% restantes tienen trabajos comparables al
nivel medio sueco, quedando el otro 10% resignados a los “empleos basura” que
la falta de formación escolar y lingüística provoca. La escasez de esfuerzos en
el aprendizaje del idioma provoca además una ruptura de vínculos con las
segundas y terceras generaciones, que escolarizadas en un sistema público
eficiente gastan largas jornadas en los centros de enseñanza, chocando luego
con sus ascendientes y llegando a perder su idioma de origen. De la minoría que
se ha forjado un futuro a través de su educación, y en algunos casos
re-educación, tras completar o convalidar su formación previa con títulos
locales, se puede decir que no ha tenido serios problemas en abrirse paso hacia
cotas más altas de la escala social.
El choque
cultural se focaliza en tres puntos, por un lado la experiencia de las familias
palestinas es a menudo traumática y quedan cicatrices abiertas que no acaban de
cerrar, dejando un pose de sufrimiento y de malestar en los individuos. Además
la nueva realidad provoca el distanciamiento o directamente el choque entre el
hombre y la mujer y entre las distintas generaciones. La nueva sociedad,
radicalmente opuesta a la sociedad de origen, la cual ha conformado la
identidad y los valores de la mayoría de los palestinos no cubre ahora las
necesidades vitales de estos, sus creencias quedan en desamparo y no es extraño
que sientan un intenso vacío en sus vidas. Como ya hemos comentado en el caso
de la educación el círculo se cierra, ya que el sufrimiento y el vacío provocan
rupturas familiares, ya sea mediante divorcios o ausencia de ellos meramente
por cultura cuya inestabilidad afecta a los hijos, que crecen divididos entre
la sociedad de derechos y libertad que tocan con los dedos en la calle y en la
escuela y la autoridad paternal que les ata en el hogar. El propio patriarca
sufre a su vez también los efectos del nuevo entorno, ya que verá su rol
familiar vaciado de poder, y por tanto de sentido, cayendo fácilmente en la
comprensión de si mismo de una manera mucho más negativa que en su entorno
original. Todo este malestar tiende a canalizarse en muchas ocasiones mediante
la queja, sino el rechazo, hacia la sociedad de acogida, además de la aparición
de una doble identidad en la mayoría de los sujetos, que se dividen entre el yo pasado y el yo actual.
Estos
efectos, aunque podrían ser comunes a la mayoría de los refugiados, exiliados e
incluso simples inmigrantes se hacen más evidentes en el caso de los palestinos
en Suecia, debido al espectro que separa las dos sociedades, que difícilmente
podrá ser mayor y a un nuevo factor que introduciremos como “segunda
inmigración”, y se basa en el hecho de que al abandonar por segunda vez su
hogar, tras sufrir los problemas de la guerra y de la inestabilidad de la zona
en su primera acogida, la identidad nacional de los individuos a quedado
prácticamente destruida. Destrozado su pasado, incapaces de identificarse en su
presente y sin esperanzas de retorno, las jóvenes generaciones se agarrarán a
la nueva identidad sueca como única válvula de escape a estos problemas, que
aunque pueden parecer triviales si en un primer momento los comparamos con los
problemas que arrastran en origen (no hay tanto existencialismo en un campo de
refugiados y sí mas hambre) definen ahora el carácter naufrago de una comunidad
entera y explica su necesidad de agarrarse a lo sueco como salvavidas vital.
No será sin
embargo tarea fácil competir de igual a igual en las sociedades escandinavas,
tremendamente etnocentristas, celosas de su identidad y muy poco acostumbrada a
las intromisiones, en este caso en forma de inmigración, si bien es verdad que
los suecos han ido por delante en su región y refugiados e inmigrantes no son
ahora tan extraños como si lo eran hace tan solo cuarenta años. Aunque sería
desafortunada tildarla de racista, dada la garantía absoluta y el espíritu de
protección total que esta sociedad tiene en sus leyes y en su modo de vida, no
es menos cierto que una sociedad tan cerrada necesitará de tiempo para aceptar
e incorporar esta novedad a su vida diaria, lo que en la otra cara de la moneda
se refleja con la posible sensación de inferioridad del refugiado palestino que
en solo una o dos generaciones tiene que hacer de Suecia su nueva patria.
Allí donde
fracasa la integración surge la discriminación, en el caso palestino en Suecia
se puede hablar de auto-discriminación, ya que son constantes los casos donde
debido al choque cultural e idiomático en el que hemos hecho tanto hincapié, el
individuo se rinde incluso antes de empezar, rechaza el contacto con lo local,
y evitada la guerra y la pobreza de sus orígenes deja transcurrir su vida en
una esfera paralela, reduciendo al mínimo su relación con el país de acogida y
renegando en no pocas ocasiones del mismo.
Podemos concluir
que hay un par de factores fundamentales para entender el punto exacto de la
integración y de la vida en si misma de los refugiados palestinos en Suecia.
Por un lado vienen de un lugar del mundo devastado, expulsados de sus hogares y
de sus países han pasado muchos años buscando únicamente seguridad y algo de
prosperidad. Alcanzado esto, y como si el siguiente escalón en la Pirámide de
Maslow estuviese a años luz de distancia, la realización de sus propias
personalidades a través de los valores que su origen les otorga se antoja
imposible en un sociedad como la sueca, distante en las relaciones sociales y
familiares tal como un árabe las entiende.
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