lunes, 23 de julio de 2012

Producción, consumo y despilfarro: La obsolescencia programada.


Un documental de televisión en española, reseñado por el diario El Mundo, nos pone sobre la pista de un nuevo concepto: La obsolescencia programada. El punto de partida es la existencia de una bombilla de principios del siglo XX que sigue activa y funcionando ininterrumpidamente en un cuartel de bomberos estadounidense desde entonces, habiendo cumplido ya más de cien años de vida útil. A continuación y precisamente por la poca rentabilidad que un producto así supone para los fabricantes, se expone documentalmente la cantidad de acuerdos firmados ya en esa época, primero por los productores de bombillas y luego de otros productos de todo tipo de productos, que fueron alcanzados con el único objetivo de evitar que un fabricante imprima demasiada calidad en sus productos y haga anti-económico el hecho de ponerse a fabricar determinados bienes de consumo. A día de hoy es posible ver la evolución de este principio en innumerables aspectos de la revolución tecnológica y los productos que derivan de ella. En el caso del documental nos muestra dos: Una impresora que su vida útil viene determinada por un chip que hace de programador extintivo (dado un número de copias la vida de la impresora se extingue) y el juicio que se siguió en Estados Unidos contra Apple por la duración excesivamente corta de las baterías de los revolucionarios “Ipods”. Todo esto lleva a una reflexión, simple pero no exenta de contundencia: Si la economía consiste en la gestión de unos recursos limitados con el fin de satisfacer una demanda ilimitada, hasta que punto, gestionar los escasos recursos de una forma deficiente con el objetivo de mantener creciente siempre la cadena de producción, puede hacer que el propio sistema encuentre una falla endémica de muy difícil solución. No todavía y no quizás en el futuro próximo, pero el sistema de mercado que tanto ha sabido adaptarse en sus más de dos siglos de historia, deberá de hacerse sostenible si quiere mantener su hegemonía como configurador de la realidad en la que vivimos. Esta es al menos la reflexión que se extrae del documental, y como muestra los gigantes vertederos que las multinacionales explotan en África, donde la otra cara de la moneda se hace cada vez más patente.

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