Durante los dos
últimos años hemos visto como la crisis financiera desatada desde
aproximadamente el año 2008 ha ido haciendo estragos por todo el mundo,
afectando de forma especial al continente europeo, y como no, a España. Entre
las múltiples variables que se pueden estudiar en este problema, una me parece
realmente interesante, el caso de Islandia. Ya en tiempos de prosperidad, se ha
dicho de Islandia, un pequeño país insular de apenas trescientos mil habitantes
enclavado en el Atlántico Norte, que era un estupendo laboratorio de las
tendencias económicas y también sociales que sucedían en el resto del mundo.
Cercano geográficamente al Reino Unido, equidistante con Escandinavia y
socialmente similares, y aliado privilegiado de Estados Unidos, mezcló durante
años, lo que tardaron en salir del atraso tecnológico y convertirse en potencia
financiera mundial (al menos en proporción a su población), virtudes de ambos
continentes, convirtiéndose para muchos en el modelo a seguir, en el ejemplo
del desarrollo y la prosperidad.
Islandia tiene
ciertas características que hacen que su caso no sea extrapolable a ningún otro
país del mundo, su localización geográfica y su herencia social escandinava, o
su envidiable situación energética, que la hace autosuficiente en todos los
aspectos. También ha sido única en la caída. La población ha rechazado de
plano, parte en la calle, las medidas planteadas por su gobierno. Estando por
tanto en una situación realmente desesperada, en la que cada familia debía de
afrontar deudas de miles de euros cada una si querían rescatar a las entidades
bancarias y hacer frente a las obligaciones de su gobierno, han decidido
plantarse y dejar caer a los bancos y de paso al propio gobierno. El principio
es muy sencillo, ellos, los ciudadanos, no son responsables de la locura y de
la barbarie financiera de sus banqueros. La medida, que en principio puede
parecer justa y valiente, abre ahora un escenario imprevisible, Reino Unido y
Holanda, sus principales acreedores no lo van a olvidar y amenazan ahora con
denunciar a Islandia ante la justicia internacional. La situación de este país
sigue siendo precaria, pero al menos, y habrá que estar a lo que suceda en un
futuro, han elegido explorar su propio camino, todo un reflejo de la personalidad
de un pueblo que, por la dureza de su clima y de su geografía está acostumbrado
a formarse a sí mismo.
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