lunes, 23 de julio de 2012

Ejemplo de Recensión Política. Mijaíl A. Bakunin



Introducción al autor: Mijaíl A. Bakunin (1814 – 1876)

Antes que un pensador, Bakunin fue, principalmente, un organizador y un activista. Contemporáneo de Marx, coincide y se enfrenta a él en el seno de la I Internacional, donde dará una imagen de hábil dirigente, a medias agitador, a medias conspirador. De origen aristócrata, abandonará pronto el destino familiar para viajar por toda Europa, donde es detenido y deportado a Rusia, allí sufrirá cautiverio y exilio. Su discrepancia básica con Marx radicará en el objetivo prioritario de la acción obrera. Bakunin señalaría al Estado, y no al poder político, como primer enemigo a batir.

Bakunin no tiene una visión democrática de la revolución: creyente practicante de la acción,  defiende la existencia de una élite revolucionaria, tendente a la acción clandestina, mientras desconfía del debate de ideas. Los planteamientos teóricos de Bakunin no siempre van a ser coherentes con sus plasmaciones prácticas, de una visión teórica que construye un anarquismo como sistema más o menos bondadoso, a un auténtico camino de espinas y acción violenta que debe conducir a su implantación.

Con todo, sus textos están impregnados de una vehemencia y una fogosidad que hacen comprensible el indiscutible atractivo que levantó su pensamiento entre “las clases oprimidas del siglo XIX” y que tuvo sus últimos coletazos en la Guerra Civil española.

Capítulo 1: E Principio de autoridad

Un principio enérgico marca desde las primeras líneas el discurso radical que va a usar Bakunin en este libro. Ssu objetivo primario, que no el único, es desligar de la comprensión humana toda tolerancia a los abusos religiosos, tanto teóricos, donde abundará en citas bíblicas, como prácticos, donde denunciará los abusos del poder político y del poder religioso.

Considera a la humanidad como la manifestación más alta de animalidad, donde, en lugar de Adán y Eva, hubo gorilas feroces con capacidad de pensar y con la necesidad de rebelarse. Reconociendo interés literario a la Biblia, ridiculiza abiertamente muchas de sus parábolas, donde, dada la imagen de un Dios colérico, caprichoso e incoherente, a imagen y semejanza del hombre, no puede ser éste, en vez de un ser superior, la imagen divinizada que el propio hombre tiene sobre sí mismo. El Dios justo y bueno que entrega la tierra a la injusticia de los príncipes terrenales no puede ser más que un medio criminal de conservar la esclavitud por parte de las propias naciones.

Para Bakunin el hombre se ha emancipado. Solo al separarse de su animalidad puede comenzar su historia, es el primer acto de rebeldía y de pensamiento. Al mismo tiempo, no duda en lamentar la existencia del misterio de Dios en los hombres inteligentes y es condescendiente, pero radical en la necesidad de erradicarla, con la creencia religiosa del hombre rural, fruto de su ignorancia. Reducido físicamente, en su condición de trabajador oprimido, de prisionero en su prisión, al hombre se le reduce moralmente con la imposición social de la religión, que achaca a los burgueses en un intento de evitar que el hombre salga de ese estado de esclavitud. Dios es la válvula de seguridad frente al pueblo y Satanás nada más que el primer librepensador. El hombre, primo del gorila, tras dejar la esclavitud animal, debe ahora dejar la esclavitud divina y alcanzar la luz del espíritu, la realización de su libertad humana. Bakunin propone pues una mirada al futuro y el despego de las tradiciones oscurantistas del pasado. Contra esta enfermedad, universal y por lo tanto lógica desde un punto de vista evolutivo, solo cabe la medicina de la revolución social. “Si Dios existe, el hombre es esclavo, ahora bien, el hombre puede y debe ser libre: por consiguiente, Dios no existe.” “Y si existiera, no habría más que un medio de servir a la libertad humana: dejar de existir”. Y por último, y dándole la vuelta a Voltaire: “Si Dios existiese realmente, habría que hacerlo desaparecer”

 Capítulo 2: El principio divino.

En este epígrafe, Bakunin continúa su reflexión sobre el salto mortale del hombre en temas divinos: el ciclo histórico es una continua caída por parte del hombre, cuyo espíritu está contenido en la vulgar materia. Juega en esta parte con la representación de un Dios material, representado por cada espíritu o alma que son, a la vez, una pequeña cantidad de una gran parte. Acaba diciendo que “Dios es todo, por consiguiente el hombre y todo el mundo real con él, el universo, no son nada”. Reitera su idea de que la religión es una forma de anulación del hombre por el propio hombre, una fuente de desigualdad donde unos han divinizado su posición: “Los más inspirados deben ser escuchados y obedecidos por los menos inspirados”, es decir, la Iglesia y el Estado como fuente de esclavitud.

A continuación desarrolla varias ideas sobre el pensamiento humano y su naturaleza, donde la ciencia servirá de brújula, inanimada e impersonal en una vida pasajera pero llena de individualidad e intensidad. La ciencia no crea nada pero lo constata todo. Es la “inmolación perpetua de la vida fugitiva, pasajera, pero real, sobre el altar de las abstracciones eternas”. Como vemos, con no poca grandilocuencia, Bakunin hace luchar en su ideario el apego a la individualidad del hombre frente a la efímera existencia, donde todo, desde que comenzó, está destinado a perecer. La ciencia está en todos pero no está en nadie en concreto.

Bakunin, igual que ha predicado la expulsión de la religiosidad conocida del sistema de valores, va a proponer la “doma” de una ciencia abstracta de forma que aporte cierta calidez y permanencia en el individuo.  Para esto tratará de expulsar la crueldad de la abstracción. El fin de todo esto es muy sencillo: “La completa humanización de la situación real de todos los individuos reales que nacen, viven y mueren sobre la tierra”, de otra forma: la representación de la conciencia colectiva de la humanidad. La oposición cabal frente a la Religión.

Con pasmosa facilidad puede Bakunin desviar un rato su atención del tenue hilo que dirige su disertación para golpear con furia a los enemigos, reales o no, que encuentra a cada paso oponiéndose a la lucidez de su visión. Bien el socialismo, bien la burguesía, o en definitiva, cualquier idealista que aún guarde espacio para el misticismo o la religiosidad, todos merecen un reproche despectivo. Esta línea ácida es perceptible en todo momento y añade dinamismo a la narración, independientemente de lo acertado de la crítica. Es a la vez un buen medidor de sus obsesiones, en tanto que su vehemencia puede aumentar tanto en la defensa de sus pilares básicos de argumentación, como en las zonas donde no pisa sobre seguro, siendo en este último caso un arduo practicante del ataque como principio estratégico de la defensa.

Su siguiente paso es animalizar la inteligencia humana, de la que el hombre ignora hasta cómo se ejerce, lo cual hace comprensible, pero no aceptable, el transcurso de la conciencia colectiva por senderos divinos, siendo esto el mero despertar, el paso inicial, de la inteligencia animal y como estadio previo a un escalón de consciencia superior. “El primer acto es el más difícil. Una vez franqueado ese paso y realizado ese primer acto, el resto transcurre naturalmente como una consecuencia necesaria”. Según Bakunin,  no queda sino desprenderse de la locura religiosa que nos obsesiona, momento presente que ha ido madurando a través de los siglos y que debe desencadenarse ahora. Concluye el capítulo pasando revista a la historia del “envenenamiento” que ha sido la introspección religiosa del ser humano, y critica irónicamente el politeísmo de dioses nacionales en religiones a priori monoteístas. No tiene sentido, según Bakunin, que el dios alemán coexista con un dios ruso, semejante en la teoría e incompatible en la práctica. Si existen tantos dioses como naciones y prácticamente son todos incompatibles, ¿cuál es el verdadero? Según Bakunin, ninguno.


Capítulo 3: Dios y el Estado:

El culto incondicional al Estado es, para Bakunin, completamente opuesto a las máximas liberales y solo se justifica por la masiva presencia de burgueses en las nuevas instituciones nacionales. La justicia social que ha permitido liberar a la burguesía de la aristocracia va a ser sistemáticamente negada a unas masas que han de quedar bajo la más severa disciplina estatal. Si Jesucristo condena la riqueza material, no hay entonces problema para Bakunin en citarlo y hacer suyas las máximas de “no amontonéis riquezas”, como tampoco tiene problema en amenazar a la clase social dominante con un fuego eterno en el que nos dice que no cree, pero cuya imagen seguro que molesta a los “ricos y piadosos burgueses”.  Si el hombre estuviera dotado de esa alma inmortal sería eminentemente antisocial, por pura prudencia no habría salido de la imbecilidad divina ni se habría formado en sociedad. La organización social no puede ser más que el espejo de la limitación, la mortalidad, la debilidad y la dependencia del mundo exterior. Su condena terrenal poco tiene que ver con lo divino.

“La sociedad es la raíz, el árbol y la libertad de los individuos humanos será los frutos. En cada época el hombre debe buscar su libertad, no al principio, sino al fin de la historia, y se puede decir que la emancipación real y completa de cada individuo humano es el verdadero, el gran objeto, el fin supremo de la historia”. El sometimiento de esta preciada libertad, que se encuentra en el estado natural de las cosas, mediante un proceso de sacralización social no puede ser sino decadencia. La libertad de cada individuo solo puede estar limitada por la libertad del resto de los individuos. La socialización conduce, ineludiblemente, a la emancipación, y solo bajo esta premisa se alcanza la verdadera libertad. “No puedo decirme y sentirme libre más que en presencia y ante otros hombres” El cristianismo tiene como gran mérito haber proclamado la humanidad de todos los hombres, pero el problema, nada desdeñable, es que la proclamó para un cielo en el que Bakunin no cree, lo que restringe cualquier credibilidad que pudiera tener esta religión.

Sobre el Estado, Bakunin critica la obediencia debida y sin alternativas a la ley, que entiende como “despotismo legalizado” o “violencia imperativa”. Critica también el dominio a los hombres por los hábitos y los prejuicios, tanto de la vida material, como del corazón. El hombre debe rebelarse contra si mismo si quiere deshacerse de esa influencia perniciosa, ahora bien, no es lo mismo rebelarse contra un Estado, concreto y transitorio, que contra la sociedad misma, ya que esto último entraña una inmensa dificultad.

Es, en definitiva, la intención del autor la de desembarazar al hombre de las pesadas cargas que adquiere mediante la socialización en una sociedad burguesa e hipócrita, con cuyo peso a cuestas no podrá alcanzar el siguiente peldaño evolutivo al que está llamado, que no es otro que el de la libertad, la emancipación intelectual del orden establecido. En el nuevo estadio el hombre ha debido de desprenderse del egoísmo y de la inmoralidad que le han caracterizado hasta ahora y se ha de reavivar la llama de una bondad remanente que  siempre ha estado, aunque letárgica y subyacente. La bondad cristiana, condicionada por la recompensa o el castigo no es verdadera bondad, al contrario que la ley moral inscripta en el corazón, en tanto que regula las relaciones a modo de ley social y no tan solo individual.

Capítulo 4: El principio del Estado

Este capítulo, con el que termina el libro y que dejó interrumpido al final, deja pocas ideas importantes. Es posiblemente el capítulo más árido de leer, donde la reiteración de ciertas ideas empiezan a parecer un comportamiento obsesivo, especialmente su relación con la tradición bíblica y sus continuos ataques a las incoherencias religiosas, basadas en la pura literalidad del Libro, a las que ya les ha dedicado especial atención durante el transcurso de la obra. La aparición de Satanás deja en evidencia a  un Dios, cuya adoración por parte del hombre evidencia la miseria humana, potenciada por el hombre que domina al hombre. En este sentido no aporta ya nada nuevo a lo explicado en primer lugar.

ANÁLISIS DE LA OBRA EN CONJUNTO Y OPINIÓN PERSONAL.

Bakunin, con un estilo atrevido y voraz, desgarra todos los clichés religiosos en una andanada que no deja nada a la indiferencia. Su estilo invita a despertar el ánimo del lector, para lo que a veces puede sacrificar la coherencia a cambio de un concepto llamativo, novedoso o incluso divertido. Mezcla indiferentemente, tramos de gran lucidez con otros fragmentos mucho más densos o manidos. La escritura de Bakunin, recoge tramos de gran intensidad y belleza pero se atasca a veces en travesías que no llevan a ninguna parte. El mismo autor, por otra parte, reconoce lo fragmentado y caótico de su obra, a la que compara con su propia vida. En su defensa hay que señalar que no aspira a la teorización última de un sistema coherente, sino a la agitación práctica de unos valores que considera caducos, para lo que se sirve de su escritura como medio. De hecho, todas sus obras, incluida ésta, están incompletas en mayor o menor medida.

De todas las veces que apunta a su objetivo, se hace lógico pensar que de tanto en tanto, necesariamente, ha de hacer diana. Pero da la sensación con Bakunin que sus aciertos son especialmente lúcidos, que la resonancia de alguna idea especialmente certera disipa mejor la rudeza de algunas de sus disertaciones estériles, que no son las menos. Enganchada por el cuello una idea, lejos de confiar en el entendimiento capaz del lector, decide asegurar la captación de su propuesta mediante la masacre de la misma. Pudiendo decir lo mismo de muy diferentes maneras, no se va a privar de hacerlo, aunque precisamente haya sido la primera vez la más completa y la más llamativa.


Bakunin hace frente a lo que perfectamente pudieran ser sus miedos, y afronta de forma valiente las oscuras profundidades del corazón humano y su dramática relación con conceptos tan salvajes como la muerte, la infinidad del tiempo y la nada antes y después de la vida. En una época en la que, como ahora, no era difícil sucumbir a los consuelos de la religión, Bakunin rechaza esa cuerda y prefiere asumir la bondad humana en un entorno frió y estéril, como lo es la propia temporalidad del ser humano, pero libre de las pesadas cargas del ser humano, de la socialización condicionante y de la religión asfixiante. El paso firme y alargado que conduce al anarquismo oculta una forma benévola e indulgente, en cierta manera todavía inocente, que le proporciona un vasto territorio, aún inexplorado, para que sus sucesores intenten encauzar un camino. En cierta manera, y entroncándose con alguna de las corrientes ideológicas más actuales, desarrolladas en los albores del siglo XXI, el potencial del anarquismo está todavía por descubrir. El contexto decimonónico que imaginó Bakunin ya no existe y los pensadores del futuro habrán de replantear la vida “sin Dios ni amo” que él y otros imaginaron, pero a diferencia de otras ideologías, en apariencia mas sólidas, como el comunismo, el paso por la historia del anarquismo no ha dejado un rastro de campos mentales quemados a su espalda, y muchas de las ideas propuestas, que liberan al hombre de unas cadenas sociales y religiosas a veces demasiado pesadas, tienen todo el futuro por delante.

Ser indulgente con la parte noble del anarquismo no quiere decir que no seamos críticos con sus incoherencias y con sus taras. La inconsistencia teórica de muchas de las ventanas que dejaron abiertas, así como su dramática puesta en práctica, nos hace replantearnos cual era su viabilidad real, aún cuando el contexto ideológico al que se enfrentó no hubiera sido tan competitivo. Su génesis, fulgurante y extremadamente contextualizada en unas estructuras sociales muy determinadas, no pasó del estado embrionario, donde muchos de sus postulados conducen a la ineficiencia y al absurdo, aún en el caso de que se quisiera o se pudiera poner en práctica un sistema político basado en sus principios. En definitiva, es Bakunin y también sus coetáneos anarquistas, todo un desafío intelectual para los que queremos ver constantemente nuevos senderos abiertos en la eterna búsqueda de la Ideología perfecta, donde muchas de sus ideas suman a la balanza de la Idea justa y donde tantas otras restan. Sin duda, un experimento social e ideológico digno de estudio y comprensión, en cuanto a la influencia que tuvo en la historia contemporánea, y digno de investigar y reformular, por la influencia, mayor o menor, que todavía le pueda deparar la historia.

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