¿Los regímenes presidencialistas
y los sistemas de partidos bipartidistas favorecen la estabilidad política?
Estudiaremos siguiendo a Pasquino un
ejemplo de cada uno de los modelos que se nos propone como hipótesis inicial en
esta recensión: Estados Unidos por los presidencialistas, Francia como modelo
semi-presidencialista, sistema que según este autor está dotado de entidad
propia y Reino Unido como ejemplo de bipartidismo. Por otra parte contrapone
Pasquino a estos tres tipos el sistema alemán y el italiano.
Se define en primer lugar el sistema
Presidencial como aquel en el cual el presidente es elegido directamente (en el
caso americano mediante los grandes electores que nunca han distorsionado la
voluntad popular) y separado, aunque solo sea parcialmente, de la elección de
la Cámara de Representantes. El Presidente por su parte no puede elegir a las
Cámaras, las cuales a su vez no tendrán poder para destituirle salvo que
decidan procesarlo, y aun que este excepcional proceso triunfase, sería el Vicepresidente
el llamado a la sustitución, quien de todas formas ya estaba incluido en el
mismo ticket que dio acceso al poder al Presidente.
El caso americano es particular por el
celo que pone en la separación de poderes, especialmente ejecutivo-legislativo,
no es excepcional que un votante demócrata, vote a un representante republicano
para alguna de las cámaras a mitad del mandato presidencial tan solo para
equilibrar esta balanza de poder.
Viene al caso explicar aquí, que si
bien el cargo presidencial está dotado de numerosas prerrogativas ejecutivas,
la iniciativa legislativa es exclusiva de las Cámaras, que además son muy
celosas de este poder, y en muchos casos, las mayorías reforzadas que se
necesita para aprobar ciertos proyectos no pueden ser conseguidas mas que por
el consenso, este hecho, sumado al hecho antes mencionado de que el Presidente
frecuentemente gobierna con alguna Cámara (o ambas) en contra, hace que podamos
decir que, si bien el sistema es perfectamente estable, la gobernabilidad no
siempre es todo lo eficaz que podría considerarse deseable. Esto ha provocado
en la praxis que muchos presidentes no hayan podido llevar a cabo las
propuestas estrella que llevaban incluidas en sus programas electorales y por
las que paradójicamente fueron elegidos (Bill Clinton y su reforma sanitaria)
En Francia, tras el fracaso de la IV
República, la reforma del sistema impulsada por De Gaulle provocó una fuerte
debilidad en la institución parlamentaria a favor de la figura del presidente,
aunque bien es cierto que no se puede considerar un sistema presidencialista
puro. En el caso francés, mientras Presidencia y Parlamento ostenten el mismo signo
la cuestión de la estabilidad carece de relevancia, es tan solo bajo el
fenómeno conocido como cohabitación (Presidente de distinto partido que la
mayoría parlamentaria) cuando podemos sacar a relucir este asunto, por ejemplo
la peculiaridad del sistema francés que dota al Presiente de la capacidad de investir
al Primer Ministro y al Parlamente la de destituirlo, mediante la praxis
política también se le reservan carteras como la de Exteriores y Defensa, por
lo que podemos concluir que De Gaulle hizo bien su trabajo y pese a las
dificultades que la cohabitación puede provocar (especialmente la de Chirac con
Jospin durante unos larguísimos 5 años) la estabilidad queda garantizada por la
fortaleza de la figura presidencial.
Para terminar con el caso francés,
decir que la ultima reforma del mandato presidencial ha igualado la duración de
su mandato con del Parlamento y la cohabitación se presenta francamente
improbable ahora y en el futuro.
Los británicos por su parte, tras
privar a la figura del monarca de casi todo poder real confiaron su soberanía
al Parlamento, pero dejando a su vez que su feroz sistema electoral mayoritario
solo diera oportunidades reales a dos partidos (y por tanto la elección del
Primer Ministro sigue la lógica de estas elecciones, ya que será el líder de
uno de ellos), si bien es cierto que a lo largo de la historia no han sido los
dos mismos partidos (históricamente Liberales vs. Conservadores, actualmente
Laboristas vs. Conservadores) se han dado pocas o ninguna oportunidad a
terceros partidos nacionales y mera representación, tan solo anecdótica, a
nacionalismos o regionalismos, cuya última oportunidad real de influencia en el
sistema fue en 1974, cuando se dio una de esas escasísimas ocasiones en las que
no se consiguió mayoría absoluta en la House
of Commons, ya fuera Tory o Laborista, pocos meses después unas nuevas
elecciones corrigieron esta “deficiencia” otorgando al ganador una nueva
mayoría absoluta (aunque escasa, de tan solo 3 asientos)
Por lo tanto, podemos concluir en este
sentido que el sistema británico goza de una estabilidad envidiable, aunque el
precio de esta sea el de la representatividad política, ya que solo un 30 o 40%
del electorado se ve representado en unos gobiernos con mayorías mayúsculas, y
alrededor de un 30% (elecciones de 2005) no tiene posibilidad ninguna de ver a
sus representantes en los círculos de poder al no haber votado a ninguno de los
dos “monstruos políticos” que dictan el compás del juego político en este país.
Dice Pasquino en uno de sus capítulos,
que en cuanto a la estabilidad, los sistemas que acabamos de describir parten
con ventaja, porque, ente otras cosas, es dificilísimo que el Líder sea
derrocado una vez que ha sido elegido, por el contrario, si esta estabilidad se
viese en peligro por cualquier motivo la situación seria muy grave porque el
sistema no esta diseñado para esta situación, mientras, los sistemas
parlamentarios llevan intrínseco a su propia naturaleza la mayor capacidad de absorber
o amortiguar estas fases inestables. Es interesante por otra parte, acercarnos
a sus conclusiones, que posteriormente tendremos en cuenta para las nuestras
propias, y es que afirma: Que la división entre sistemas mayoritarios y proporcionales,
por si misma no explica gran cosa, cosa que si hace el incluir cualquiera de
los tres sistemas explicados previamente, mas aún baremados con los efectos
electorales (tiene en cuenta lo que el dice el numero de “jugadores” que entran
a la competición y que también encontramos en otros autores) y por tanto es
interesante incluir la variable bipartidismo/multipartidismo en el análisis. Por
último asigna un factor clave a la identificación de la responsabilidad, ya que
será clave en la estabilidad del sistema identificar claramente al culpable de
los déficits del mismo, no siendo lo mismo que tras una clara identificación,
este pueda ser sustituido, que se diluya la responsabilidad en varias figuras o
instituciones ocultando la fuente de la inestabilidad, que contagiará a todo el
sistema.
Una vez analizados los tres sistemas
que se proponían como hipótesis de la recensión, queda compararlos con los
sistemas donde parlamentarismo y multipartidismo son la normalidad política, y
es cierto, si vemos el caso italiano como ejemplo, que el número de gobiernos y
de primeros ministros que han pasado en los últimos años ha sido
escandalosamente alto en comparación con cualquiera de los antes citados, he
incluso comparado con el alemán (también un sistema parlamentario con diversidad
de partidos). Este último introduce una novedad (también la compartimos en
España), que es la moción de censura constructiva, y es que si el momento
político forma una mayoría casual que contradiga las propuestas del gobierno,
solo la proposición alternativa de un candidato con posibilidades reales de relevar
al líder podrá asegurar el triunfo de la moción, evitando así los vacíos de
poder tan peligrosos si hablamos de estabilidad.
CONCLUSIONES:
Encuentro que la estabilidad depende
en gran medida de que el sistema que la sustenta sea un sistema fuerte, y hay
que reconocer, aunque solo sea por el conocimiento surgido de la práctica, que
cuando los mecanismos institucionales otorgan un fuerte poder al grupo
dirigente, asegurando así la competencia y la alternancia de los grandes
partidos (como ocurre con demócratas y republicanos en Estados Unidos, con
laboristas y conservadores en Reino Unido, con socialismo-derecha en Francia,
he incluso socialistas y populares en un sistema de bipartidismo imperfecto que
es el caso Español) la estabilidad queda garantizada. Como resultado de esta
estabilidad, aparecen gobiernos fuertes dotados de todos los instrumentos
necesarios para ejecutar sin cortapisas sus programas, solo limitados por la
existencia periódica de elecciones, donde si el partido A, en el uso de ese
poder, ha quedado debilitado, expuesto o ha perdido su legitimidad, será expulsado
del trono por el partido B, bajo el amparo de una total y absoluta normalidad
democrática, y así el ciclo comenzará de nuevo.
Ahora bien, aunque en efecto sería
arriesgado tachar de anti-democrático esta forma de construir gobiernos, es
cierto que la estabilidad tiene su precio, que es la representatividad y la
inclusión de las minorías o de ideologías emergentes en el juego de poder (ningún
partido ecologista se asomará nunca a las esferas de ese poder en el sistema
británico, tal como si ocurre por ejemplo en Alemania o en alguno de los países
escandinavos). Sistemas donde un 20 o 30% de la población ve como
sistemáticamente sus representantes quedan fuera del circulo, o donde A y B
cada vez son mas cercanos y solo se diferencian en tres o cuatro puntos clave
de su programa, difícilmente pueden considerarse ideales, encontramos cada vez
mas difícil distinguir matices grises entre el blanco de A o el negro de B, o
peor aún, encontramos que A y B son simplemente variantes de una misma elite en
el poder repartiéndose la estancia en el mismo de forma periódica para así
legitimar su posición, donde todos los demás partidos quedan excluidos de la competición,
porque entre otras cosas, su llegada podría cambiar las reglas del juego y bajar
del asiento a los que ahora lo ocupan, o por lo menos obligar a tener en cuenta
a terceras vías. Y recuperamos aquí a Pasquino, ya que si bien la estabilidad
está a priori garantizada, de sobrevenir un periodo de inestabilidad, por el
motivo que fuera, este podría ser mucho mas grave que el de un sistema
parlamentario multipartidista, donde al fin y al cabo, los periodos de
inestabilidad en los gobiernos, las coaliciones que caen y se levantan y la
celebración de numerosas elecciones son simplemente el reflejo en sus representantes
de un pueblo que no sabe ponerse de acuerdo.
BIBLIOGRAFIA:
PASQUINO, G. (2004): “Formación y disolución
de los ejecutivos”, en Sistemas Políticos Comparados. Francia, Alemania,
Gran Bretaña, Italia y Estados Unidos. Buenos Aires: Prometeo Libros/Bononiae
Libris: pp. 89-122
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SARTORI, G. (1997): “Presidentialism”, “Parliamentary Systems” y
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Partidos y sistemas de partidos. Marco para un análisis. Madrid: Alianza
editorial: pp. 151-258.
WARE, A. (1996): “La clasificación de los sistemas de partidos”, en
Partidos políticos y sistemas de partidos. Madrid: Istmo: pp. 235-286.
Recursos de Internet:
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